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La Cuauhtemiña: Amor con amor… favor con favor se paga

Desde hace años, los titulares de los periódicos han estado inundados de imágenes donde la violencia en el fútbol es el pan de cada día. Las batallas campales entre aficionados han dejado de ser incidentes aislados para convertirse en parte del espectáculo, bajo la justificación de la «pasión por el deporte». Hoy en día, los periódicos impresos han sido sustituidos por videos virales que no solo capturan fotógrafos profesionales, sino cualquier persona con un celular. Hace unos años en el estadio Corregidora, esta «pasión desbordada» se convirtió en el reflejo más crudo del machismo sin restricciones, donde un gol anulado, un penal mal marcado o un simple fallo arbitral son suficientes para desatar una violencia irracional, muchas veces impune. Porque en las gradas no hay fuero, pero sí licencia para golpear.

En México, hay un sector del fútbol que ha sido categorizado —y hasta estigmatizado— de manera particular. Parte de la afición del América es sinónimo de arrogancia, rudeza y, en muchos casos, de machismo desbordado. Son los llamados «Brians», los de la playera ajustada y la cadenita de San Juditas, los que gritan «¡A huevo!» con cada jugada (incluso de la vida) como si se tratara de un mantra de supremacía. En una mano llevan afición y en la otra el resistol. Su devoción futbolera es casi religiosa, y su máximo profeta no es otro que Cuauhtémoc Blanco.

La Cuauhtemiña: Un hito del triunfo

Cuauhtémoc Blanco es el estandarte del americanismo: barrio, irreverencia y astucia. Fue descubierto en los llanos de Tepito, una de las zonas más bravas del país, y desde su debut en 1992 hasta su consolidación entre 2002 y 2007, se convirtió en la estrella del equipo más odiado —y amado— de México. Pero su talento no solo brillaba en la cancha; su personalidad y su estilo lo convirtieron en un personaje mediático, el consentido de Televisa y TV Azteca.

La «Tota» Carbajal lo apadrinó, Carmelita Salinas lo cobijó, y Galilea Montijo protagonizó con él uno de los romances más sonados de la farándula deportiva. Su carisma, mezclado con un desparpajo digno de las calles donde creció, lo hicieron irresistible para la prensa. Y como todo ídolo con estrella, su destino no estaba solo en las canchas: el siguiente paso era la política.

“Favor con favor se paga”… o ¿cómo era la frase?
La Cámara de “Baja” cayó “muy bajo”. Se ha señalado con dureza a las diputadas que blindaron a Cuauhtémoc Blanco, pero si algo queda claro es que aquí que lo político se volvió politiquería, misma que se convierte en un juego de favores, y en esta ocasión, el patriarcado pasó factura. El feminismo en su malversación de quienes la utilizan de esa manera, se ha convertido en un botín discursivo, y el «techo de cristal» parece haberse convertido en una moneda de cambio más.
Blanco no solo enfrenta una denuncia por tentativa de violación de su media hermana; su historial incluye al menos 20 acusaciones más por corrupción, nepotismo y abuso de poder. Sin embargo, su desafuero se volvió una pieza clave en el ajedrez político. La bancada de la «paridad de género» dejó al descubierto que, cuando conviene, las luchas pueden ser transaccionales.

Y ahí estaban los de la ultraderecha, citando a Simone de Beauvoir para darse baños de pureza mientras encubren a acosadores en sus propias filas. ¿Dónde estaba su indignación cuando un diputado panista fue captado negociando «servicios femeninos» en plena sesión? Ahí sí, todos calladitos.
Los favores en la política vienen en muchas formas: blindajes, impunidad, puestos estratégicos o simplemente hacerse de la vista gorda. Y en este juego, el PRI y su líder, Alito Moreno, saben que tienen cartas para negociar su propia supervivencia. ¿Desaforar al Cuauh? Quizás, pero no sin asegurarse de que el «favor» sea bien cobrado.

Rumbo al campeonato
La política mexicana es un partido que se juega para ganar, y aquí, es donde la afición, es decir, la ciudadanía, tiene la última palabra. Estamos a punto de enfrentar un campeonato electoral en el que cada quien debe decidir si entra a la cancha con estrategia o si nos dejamos meter otro golazo.
Es hora de jugar con inteligencia. La pregunta es: ¿seremos goleadoras o nos volverán a aplicar otra Cuauhtemiña?

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«NINIS»: Un concepto creado por el necrocapitalismo para arrebatarnos a los nuestros

Hace diez días, las redes sociales se inundaron con una noticia devastadora, una pesadilla colectiva que sacudió a todo el país. El hallazgo que estremeció a la nación no fue resultado de una acción del Estado, sino de un grupo de buscadores de personas desaparecidas, o mejor dicho, arrebatadas. Personas que, con valentía y determinación, hicieron lo que por años las autoridades han decidido no hacer, respondiendo a los intereses geopolíticos de un sistema basado en la explotación y la muerte: el necrocapitalismo, la forma más retorcida y devastadora del neoliberalismo.

En 2012, Felipe Calderón Hinojosa dejaba la presidencia a Enrique Peña Nieto, marcando el inicio de un sexenio caracterizado por la corrupción y la impunidad. Entre 2006 y 2011, bajo el mando de Calderón, se implementó el operativo Rápido y Furioso, permitiendo la entrada de más de 2,000 armas de manera ilegal al país. Justificado como una estrategia de seguridad, este operativo dejó una profunda cicatriz en la vida social, política, cultural y económica de México. La ejecución de estas políticas fue obra de un sistema neoliberal, machista, hegemónico y violento, que, como siempre, descargó su peso sobre los más vulnerables: los jóvenes., quien declaró una «guerra contra el narcotráfico», una estrategia encabezada por Genaro García Luna, hoy en proceso judicial en Estados Unidos. Fue bajo su dirección que se ejecutaron operativos como Rápido y Furioso, permitiendo la entrada de miles de armas al país con la justificación de un sistema de seguridad que, en realidad, dejó una profunda cicatriz en la vida social, política, cultural y económica de México. La ejecución de esta estrategia fue obra de un sistema neoliberal, machista, hegemónico y violento, que, como siempre, descargó su peso sobre los más vulnerables: los jóvenes. Aquellos que, en su búsqueda de oportunidades económicas y una posibilidad de cumplir sus sueños, quedaron atrapados en una trampa mortal.

Ese mismo año, la historia de «Pay de Limón» conmocionó a los pocos que la escucharon: un perro cuyas patas fueron mutiladas como parte de un «adiestramiento» para menores reclutados como sicarios. El caso resonó en pequeños círculos animalistas, quienes, como siempre, fueron los primeros en advertir que la violencia escala y que los animales suelen ser el primer eslabón de una cadena brutal. Sin embargo, el caso no trascendió. Era solo un perro, dijeron algunos.

«Ninis». Así llamaron a los jóvenes que quedaron atrapados en la desigualdad y el crimen. La narrativa dominante, en lugar de hablar de la falta de oportunidades o de la urgencia de políticas públicas que ofrecieran alternativas, prefirió etiquetarlos y deshumanizarlos. «Ninis», como si fueran una generación sin rumbo, cuando en realidad lo que les negamos fue la posibilidad de elegir un camino. Ni oportunidades; ni una vida fue lo que les dimos como sociedad. El necrocapitalismo no solo explota los recursos, sino que convierte los cuerpos en mercancía de la violencia. Como advierte Sayak Valencia en Capitalismo Gore, este modelo económico no solo genera riqueza a través de la explotación laboral, sino también mediante la economía criminal, donde la vida y la muerte se transan con la misma frialdad que cualquier otro bien de consumo.

Nos han arrebatado a los nuestros. No solo a quienes yacen en fosas clandestinas, no solo a quienes han sido identificados y devueltos a sus familias. Nos han quitado también a las madres que, con una pala en la mano, destinada a construir los sueños de sus hijos, han terminado desenterrando sus restos. Nos han arrebatado a las niñas, a los jóvenes, a los sueños. Nos han dejado con cientos de zapatos huérfanos, con cientos de prendas sin dueño, con cientos de evidencias de un país que no ha sabido proteger a su futuro. y un dolor imposible de nombrar, han encontrado los restos de sus hijos cuando alguna vez soñaron con encontrar para ellos un camino de felicidad. Nos han arrebatado a las niñas, a los jóvenes, a los sueños. Nos han dejado con cientos de zapatos huérfanos, con cientos de prendas sin dueño, con cientos de evidencias de un país que no ha sabido proteger a su futuro.

Hoy estamos de luto. Un luto colectivo, un luto que nos atraviesa como nación. Pero en medio de la desolación, también tenemos una responsabilidad: sostener nuestra más potente arma, el amor convertido en compasión y empatía hacia las familias de estos jóvenes, de estas niñas. Porque donde quiera que estén, donde quiera que sueñen, debemos asegurarnos de que la sociedad exija y construya un sistema de justicia real y eficiente, para que nunca dejemos de soñar con un país donde no falte nadie.

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Es tiempo de mujeres

Es una mañana de jueves, como cada mañana, y como miles de mujeres, estoy inmersa en una de las tantas jornadas que asumimos como madres y responsables de cuidados. Entre ellas, el acompañamiento a nuestras hijas e hijos. Como cada jueves, desde que la presidenta de México tomó el foro de comunicación más importante del país, me dispongo a escuchar La Mañanera del Pueblo.

Día tras día, observo el poder que la presidenta erige para todas las mujeres. Escucho sus palabras: «Es tiempo de mujeres», y entonces todo cobra sentido. A través de los relatos que resuenan en Palacio Nacional, la historia de aquellas que fueron silenciadas por generaciones vuelve a emerger con fuerza.

Cada mañana, en este gran podcast matutino, se narran las vivencias de mujeres indígenas, de las combatientes de la Revolución, de aquellas que no pudieron elegir con quién casarse pero sí decidieron pelear por su patria. Mujeres que escribieron poesía, que lucharon por todas. Escuchamos la historia de Elvia Carrillo Puerto, quien logró que las mujeres fuéramos reconocidas como sujetas de elección, y junto a ella, el eco de muchas más que marcaron el camino. Y entonces, me vuelvo consciente de una verdad irrefutable: llegamos todas y llegamos juntas.

El sendero de la historia, el presente y el futuro se despliega ante nosotras. Pero en ese andar, seremos insistentes en visibilizar la narrativa de quienes intentan borrarnos y violentarnos. En el quehacer político y social, continúan llamándonos «feminazis», como recientemente lo hizo un periódico nacional que, con un cartón burdo y ofensivo, intentó satirizar nuestro movimiento. Pero no, una disculpa no basta.

La política se mueve a la velocidad del planeta: estrepitosa y fugaz. Es 2025, pero los aspirantes a los «encargos» actúan como si estuvieran en la recta final de la campaña electoral de 2027. Abrazan, comen en la calle e… invisibilizan a las mujeres. «Los» presidenciales se regodean como gallitos, pretendiendo ser los elegidos en la granja. Pero esperen, que ya lo dijo la presidenta hace unos días a propósito de la Ley Antinepotismo: qué mal y qué indigno se vería convertir una aspiración individual en un espejo donde solo se refleje la hipotenusa (como dice la chaviza) de decir que ‘están con la presidenta porque es tiempo de mujeres’.

Compañeros, compañeras, compañeres, colegas… No seamos ingenuos. Sería absurdo pensar que las mujeres no podemos gobernar un municipio, un estado o un país. Hoy vemos a una mujer con cabeza fría y paciencia, desmantelando los estereotipos del machismo naranja, no solo en un tablero mundial, sino demostrando (sin necesidad) que las mujeres sabemos gobernar.

La brújula de la historia nos lo marca, y hacia allá vamos. Porque, efectivamente… es tiempo de mujeres.