Amor de Dios.

Amor de Dios.

Amor de Dios… Como cada jueves el Padre Gildardo recorría aquel nosocomio para dar la extremaunción a los ahí internados. Algunos solicitaban la confesión y otros, incluso no creyentes, sólo requerían de sus servicios como oyente de sus penares.

Sus años mozos ya habían quedado atrás pero esto no era limitante para que realizara aquella misericordiosa tarea con el mismo ahínco de la primera vez.

Cuando el viejo sacerdote arribo a los pies de la cama E-326 le sorprendió la cantidad de imágenes religiosas, rosarios, libros de oraciones y biblias que acompañaban en su lecho al paciente que la ocupaba. Al parecer el ocupante se encontraba dormido, tal vez producto de los analgésicos, que a juicio del clérigo deberían de haberle suministrado en gran cantidad. Pudiéndose deducir por la magnitud de las lesiones y vendajes que se divisaban.

No queriendo interrumpir el descanso del paciente, el sacerdote sólo se limitó a hincarse un momento y rezar un Padre Nuestro por la salud de aquella alma.

Una plática de amigos.

– Buenos días Padre – dijo una voz algo quebrada cuando sintió la presencia del sacerdote.

– Buenos días hijo – respondió Gildardo mientras veía como se intentaba reincorporar aquel cuerpo lleno de vendajes y moretones- disculpa que interrumpa tu descanso. Pensé que dormías.

– No padrecito, no he podido conciliar el sueño debido a los dolores. Si usted supiera lo insoportables que son.

– Si me imagino, la verdad se ve que si te tocó fuerte esta vez – comentaba el Sacerdote mientras se sentaba en la silla contigua a la cama.

– Bueno padrecito, pero doy gracias a Dios que al menos yo estoy vivo, debería ver como quedo el chofer del taxi. Dicen los que me han venido a visitar que el pobre quedo tan destrozado que sólo pudieron identificarlo por el tarjetón que traía colgado en el retrovisor.

– Demos gracias infinitas a Nuestro Señor porque te ha concedido la benevolencia de seguir con vida. Y que más allá de la buena traqueteada con que saliste al menos aún puedes contarlo.

– De eso precisamente quiero hablar con Usted Padre. Ya me había dicho que vendría hoy y por he estado aquí esperando su arribo.

– Pues no se diga más hijo mío, para eso estoy aquí para otorgarte el sacramento de la confesión y después, si así lo deseas el de la comunión.

– Mire, padre, voy a ser bien sincero con Usted. La verdad no quiero que confesarme, la verdad siento que no merezco el perdón, más bien lo que quiero, si es que se puede, una plática con usted, así como de amigos. Y ya después de que me oiga Usted decide si consigo o no el perdón de Dios.

– Como quieras hijo, pero te diré que por muy grave que haya sido tu falta, te recuerdo que Dios Nuestro Señor esta siempre dispuestos a otorgarnos su amor más grande a través del perdón.

– Precisamente padrecito por el amor que Dios me tiene, por ese mismo es que estoy aquí.

– Claro Dios te ha salvado porque al igual que a todos nosotros sus hijos Dios nos ama y nos protege.

– No padre, deje explicarle.

– Está bien, cuéntame te escucho.

– Mire padrecito, yo soy de aquí de San Juan de los 3 Puentes, desde niño me inculcaron eso de ser católico, me acuerdo que de chiquillos íbamos a aprender el catecismo de lunes a viernes. El sábado y domingo todos bañaditos a la doctrina. Hasta en vacaciones cuales cursos de verano que nos mandaran más bien no la pasábamos en la Parroquia preparándonos para nuestra 1ª Comunión.

Pero pasaba algo bien extraño Padre, que nada más hacíamos lo de la comunión y pues dejábamos de ir a misa. Como que quedaba uno tupido de tanto rezo.

Ya sólo íbamos a misa como decía mi abuela “cuando repicaban recio”. Siempre había un pretexto para no ir. Poníamos primero cosas como el futbol, los amigos, las novias y otras vicisitudes antes que acordarnos de Dios.

Taxi.

– Así es hijo, te asombrará saber que sigue pasando lo mismo, cada día como se dice en estos tiempos “perdemos seguidores”, ya nadie da “like” a las cosas de Dios. Pero aún no entiendo que tiene que ver eso que me cuentas con lo de tu accidente.

– Pues déjeme seguirle padre. Resulta que desde que me casé hace 10 años, mi señora de alguna manera u otra me volvió a jalar a eso de la vida religiosa. Ella es de esos grupos de señoras que rezan el rosario todas las tardes. Mis hijos no se quedan atrás y pertenecen a grupos juveniles y al coro de la iglesia. Así que vamos sin falta todos los domingos y fiestas de guardan a misa, nos confesamos y comulgamos.

– Entonces veo que eres un cristiano hijo, no veo cual dices que sea tu falta.

– Mire padre déjeme terminar de contarle. Resulta que el lunes por la noche no traía carro porque lo había llevado al taller, así que de regreso del trabajo para la casa tuve que tomar un taxi. Yo la verdad andaba muy estresado por las broncas que nunca faltan en el trabajo, y lo único que quería era llegar a casa y descansar. Andaba de un humor de perros que no quería ni hablar, nomás no soportaba ni el ruido.

Para colmo de males me tocó un taxista de esos que van contándote su vida. De esos que luego luego agarran confianza para la plática como si te conocieran de toda la vida. Que si la familia, que si el fútbol, que si el gobierno, total que aquel hombre no se callaba.

Como yo le contestaba de manera cortante decidió poner el radio y encima ponerse a cantar como si fuera viajando él solo. Empezó con una de Carla Morrison, que “Déjenme llorar, quiero sacarlo de mi pecho…” y quien sabe que más chillidos, luego le siguió con una de la tal Mon Laferte “Cómo fue que me dejaste de amar».

«Yo no podía soportar tu tanta falta de querer”, caray como se puede sufrir tanto. Y así se fue todo el camino, imagínese Padre lo que son 23 kilómetros de canciones de dramas y chillidos.

¿Estoy perdonado?

Ya faltaba poco para llegar, íbamos exactamente arriba del 3er puente de ahí de la entrada del pueblo cuando para colmo de males en la radio empezó esa de Arjona: “¿Qué es lo que hace un taxista seduciendo a la vida?

¿Qué es lo que hace un taxista construyendo una herida?”, en ese momento ya no pude más y me encomendé a mi Dios todopoderoso, le pedí, supliqué, imploré que me demostrara su misericordia y tuviera compasión de mí quitándome ese pesar, que me arrepentía de todos mis pecados, pero que por su Gracia Divina por su amor infinito apartara el tormento de seguir escuchando a tan “inspirado” conductor.

Apenitas había terminado la última súplica cuando de reojo vi como el taxista caía como fulminado por un rayo. De inmediato nos desbarrancamos hacia el río, o lo que queda de él, después ya no supe más. Hasta el martes que desperté en esta cama y con la noticia del accidente y de la lamentable muerte del chofer.

– Eso que me cuentas es grave hijo, pero no veo que haya sido tu culpa. Pues según leía en el periódico, el accidente se debió a que el chofer había sufrido un infarto mientras conducía y tu haz salido vivo gracias precisamente a ese amor que Dios te tiene.

– Entonces padre, ¿No cree usted que Dios haya manifestado su amor hacia mí acogiendo el alma del taxista para que yo ya no sufriera?

– No hijo, Dios no hace eso, Dios manifiesta su amor hacia nosotros a través de otras formas como un refrescante amanecer, una linda puesta de sol, el canto de los pájaros, el cariño de nuestros seres queridos. Así que despreocúpate, te aseguro que tú no tuviste nada que ver con la muerte del taxista. Recuerda Dios no cumple antojos.

– Entonces, ¿Estoy perdonado?

– No hay porque sentirse culpable. Más bien agradecer el amor de Dios para que tú salieras con vida de ese terrible accidente.

– Gracias Señor Cura. Le agradezco sus palabras y sobretodo el escucharme.

– Esa es parte de mi labor apostólica en esta tierra. Sólo una última pregunta hijo.

– Dígame Padre.

– Así como dices sentir el amor de Dios, ¿Alguna vez haz sentido que Dios no te ama?

– ¡Mmm Padre, muchas veces! Sobre todo cuando mis vecinos escuchan reguetón a todo volumen.

Amor de Dios por Víctor Hernández.

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