¡Buenas tradiciones!
¡Buenas tradiciones!… Diana se levantó más temprano que de costumbre, desde días antes la había invadido una alegría que la tenía en otro mundo, no se podía quitar del pensamiento a Mauricio, aquel compañero de preparatoria que de unos días para acá se había vuelto más atento con ella, más amigable, hasta su arreglo personal era diferente e incluso los rumores en el salón no se hicieron esperar. Cupido rondaba en el aula y era una sospecha por demás fundada que las «victimas» eran ellos dos.
Ninguno de los dos se animaba a dar el primer paso, aunque no necesitaban decirse nada con palabras, ambos sabían lo que estaban sintiendo el uno por el otro. Sólo faltaba ese «empujoncito», ese momento, esa ocasión que fuera propicia para declarase mutuamente sus sentimientos; y esa fecha estaba señalada por el destino: 31 de octubre, la fiesta de Halloween de la prepa.
Juan Gabriel.
Ni siquiera desayunó esa mañana, el día estaba cargado de actividades y por la noche era el esperado baile, si todo salía bien por fin ella y Mau serían novios. Terminando de arreglarse salió rumbo a casa de Karla, su mejor amiga y confidente; una vez juntas se encaminaron al mercado pues esa mañana sería el Concurso de Altares en la escuela y tenían que comprar flores. Todo el camino no pararon de hablar del baile, de los disfraces que llevarían y por supuesto de Mauricio.
Llegaron a la prepa y junto con los demás compañeros se dispusieron a armar la ofrenda, Mau era el encargado de dar la explicación del significado de la misma, motivo por el cual vestía sus mejores ropas, parte por su papel de orador pero más porque sabía que lo estaría viendo Diana con esa mirada pura, hermosa y sobre todo llena de amor; ella no se quedaba atrás y lucia más linda que otros días.
Al final no ganaron el concurso, el primer lugar se lo llevó el altar dedicado a Juan Gabriel, que aunque no tenía los elementos para declararse perfecto, a los jueces los conmovió el tema de moda y así su ofrenda por las víctimas de los feminicidios se llevó el segundo lugar. Nada de esto importaba para Diana y Mauricio, lo único importante era el baile de esa noche.
El baile.
Después de quedar con Karla sobre lo de pasar por ella para el baile, Diana llegó a su casa y se puso a hacer sus quehaceres con una alegría que llamó la atención de su madre:
– Se puede saber ¿por qué tan contenta?
– ¡Ay Mamá!, yo siempre ando así.
– ¡Mmm!, como si no te conociera, algo tramas.
– Bueno mami, ya sabes estoy feliz por el baile de al rato.
– ¿Cuál baile?
– El de Halloween, el de la prepa. Ya te había dicho y hasta me diste permiso.
– Pues sí, pero no me dijiste que era de «Jalogüin». No vas y se acabó. No voy a dejar que mi familia participe en esos ritos satánicos que alaban al Diablo, ni estando loca te dejaría ir.
– Pero mamá, ese baile es tan importante para mí, si quieres hago el quehacer todo el año pero por favor déjame ir.
– Claro que no. Nosotros en México celebramos a nuestros «muertitos» y no andamos con fregaderas de los gringos que solo vienen a imponernos sus malas costumbres. Y así te arrastres y chilles no vas.
– Pero ya hasta quedé de pasar por Karla.
– Pues le avisas que no vas, que en esta casa tenemos nuestras buenas tradiciones y que ese «jalogüin» no es de esas.
Adiós al baile.
Diana se retiró a llorar a su cuarto, adiós baile, adiós declaración de Mauricio, tal vez él se sentiría despreciado por ella y se buscaría otra novia, a lo mejor a Susana la chica más odiosa (para ella) del salón. Nada consolaba a Diana hasta que fue interrumpida por la presencia de su señora madre:
– Ya deja de chillar por ese baile de monstruos y apúrate que vamos a empezar a celebrar nuestro Día de Muertos, esa sí que es una tradición mexicana que no debemos perder.
– Esta bien mami, ¿pondremos el altar para nuestros difuntos?
– ¡Qué altar ni que ocho cuartos!, haremos unas palomitas y nos pondremos a ver unas películas de terror que compré en el tianguis, que no ves que es «noche de difuntos» y nuestros muertos están con nosotros, que mejor manera de recordar que ya están en otro mundo.
– ¡Pero eso no tiene qué ver con el día de muertos! Mejor recemos un rosario por las ánimas del purgatorio.
– Tú cállate y sino te gusta pues duérmete que mañana muy temprano vamos a salir.
– ¿Vamos a ir al panteón a visitar la tumba de mis abuelos?
– No, el panteón está muy tierrudo y además hay mucha gente, total sino vamos no creo que tus abuelos se sientan mal, ya muertos ni se enteran.
¿Entonces a dónde vamos a ir?
– ¿Entonces a dónde vamos a ir?
– Pues al Puente de la Historia, a tirarnos de panza un rato. Vendrá tu tía Alma con tus primos y allá comeremos.
– ¡Que rico, tamales por Día de Muertos!
– ¿Tamales? Estás loca, yo no como esas cosas tan choteadas, ya le dije a Alma que se compre unas comidas Chinas y todos contentos, así nadie se molesta en andar cocinando comida para «muertitos».
– Pero mamá, ¿y las «buenas tradiciones» del Día de Muertos?
– Esas ya no las sigue ni el Cronista de la Ciudad. Así que tú dices si te vienes a ver las películas o quieres seguir chillando toda la noche.
– Ahorita voy mami, sólo le aviso a Karla para que no me esté esperando.
– Así me gusta, que mi hija siga gustosa de las tradiciones de nuestro México querido. Por cierto me saludas a Karla. ¿Ok? ¿Vale?
San Lunes por Víctor Hernández.
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