Castigo divino.

El Papa tiene la culpa

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Castigo divino.

Castigo divino .- Víctor Hernández. 

“Eres un mal hijo” fue lo último que Beto escuchó antes de salir de la casa y azotar la puerta. Aún era muy temprano ycomo no tenía pensado el ir a clases, decidió irse a “vaguear” por la ciudad.

No tenía pendientes que realizar pues el no haber asistido ese día al colegio lo liberaba de toda responsabilidad escolar, tenía toda la mañana y tarde para él.

El único plan en su agenda era esperar a que dieran las 8 de la noche para dirigirse al billar y reunirse con sus  amigos. Jugar carambola un rato, tomarse unas cervezas y fumarse dos que tres cigarros.

La fuerte discusión con su madre lo había puesto de mal humor, las cosas se había puesto agresivas, los gritos no se hicieron esperar. Tantos corajes y él sin haber desayunado, no acostumbraba levantarle la voz a su “jefecita”, pero esta vez sí que lo había hecho enojar, había conseguirlo sacarlo de sus casillas. Reconocía que el calor de la discusión fue subiendo de tono e incluso había ocurrido lo que nunca, contrariar los consejos de la sacrosanta autora de sus días.

Apenas.

Apenas había llegado a la esquina cuando sintió una fuerte ráfaga de viento contra su cuerpo, en ese momento no le dio importancia y continuó su caminar con rumbo a la plaza comercial donde iría a distraerse un rato viendo aparadores. Coqueteando con las dependientas, y hasta porque no, pasar a la tienda de autoservicio y desayunar con las “probaditas” de producto que ofrecían la promotoras.

En la esquina, mientras esperaba el camión, empezó a tomarle más importancia a la fuerza que tenían los vientos. Las polvoreras impedían la visibilidad en toda la calle.

Las corrientes de aire aumentaban en fuerza e intensidad, la gente buscaba protegerse. Por todos lados volaba la basura, anuncios y otros objetos que el viento arrebataba a sus dueños, ventanas y puertas azotándose, espectaculares amenazando concaerse, árboles que crujían aferrándose a la tierra para no ser arrancados por las ráfagas.

El pueblo.

La gente estaba aterrada, gritos de mujeres y niños se dejaban escuchar. Todo mundo buscaba resguardarse del viento, los torbellinos se formaban por todos lados, las ventiscas imprimían su fuerza contra los transeúntes como queriendo levantarlos y llevárselos, en San Juan de los 3 Puentes esos ramalazos de viento no eran comunes.

Todo el pueblo estaba convertido en un caos, así que corrió junto con los otros que esperaban el camión a refugiarse en la iglesia que al parecer sus edificaciones les prometía una seguridad, sino en absoluto, al menos sí mejor que estar expuestos en plena calle y convertirse en víctimas de los ventarrones que a cada momento aumentaban su fuerza e incluso el chiflido que se producía al entrar por las rendijas era un sonido que al escucharlo hacía que se estremecieran los cuerpos pues semejaba un lamento, como el de las ánimas del purgatorio en plena queja.

El padre Gildardo.

El Padre Gildardo tomó la palabra y pidió  a los ahí presentes se unieran en oración hacia el Santo patrono para pedirle su misericordia con Dios Nuestro Señor y de esta manera suplicar que se calmaran los fuertes vientos que ya para ese entonces, según reportaban algunos, había destrozado algunas construcciones en el pueblo e incluso se decía había volcado varios automóviles,  también se rumoraba el reporte de personas desaparecidas que tal vez se las habían llevado las ventiscas.  Todos estaban asustados, los teléfonos ya no operaban, pues el viento impedía la recepción de señales, las últimas noticias recibidas vía Internet había ocurrido hace ya casi 20 minutos, después de eso se perdió todo contacto con el exterior.

Casi todos los que estaban reguarnecidos  dentro de la iglesia comenzaron a rezar, incluso  empezaron a encender cirios y veladoras, todos estaban asustados. Alguien rumoraba que no había porque tener miedo, que estábamos en “febrero loco” y que estos vientos eran normales en esta época del año, que tarde o temprano todo se calmaría, que dejaran de santiguarse y darse golpes de pecho. El más viejo del grupo comentó que en sus casi 80 años de vida no recordaba vientos como éste aquí en San Juan de los 3 Puentes, que más allá de ser febrero, estas ráfagas no correspondían a algo normal, que lo mejor era rezar para que esto terminara pronto.

La rezandera.

De entre las sombras, se escuchó una voz, era Doña Chuchita, la rezandera del pueblo, que con veladora en mano subió hasta el púlpito. Después de que la mujer prendió su parafina dijo lo siguiente: “Estos aires son un castigo divino, son porque Dios está molesto y enojado, muy enojado de que algún hijo agredió a su padre o a su madre. Alguna mala alma se ha atrevido a agraviar a alguno de los seres que le dio la vida y sólo se calmaran estos vientos cuando ese mal retoño vaya y pida perdón por la ofensa, solo así se apaciguaran estas ventiscas”.

En eso se escuchó el ruido de la puerta azotar, como si alguien hubiera salido, como si abandonara el resguardo que le ofrecía la casa de Dios. Afuera se encontraba Beto que con lágrimas en los ojos, y tratando de protegerse del viento se dirigía hacia su casa para pedirle perdón a su madre por las ofensas del altercado en la mañana. Por haberle faltado el respeto, por gritarle, por no querer obedecer lo que ella le había mandado, sabía que a lo mejor esta vez sus consejos no eran lo mejor para él. Pero que a lo mejor la súplicas de indulgencia, misericordia y perdón hacia su madre harían que estos vientos se calmaran.

Disgusto.

Como pudo logró llegar a la casa, entró a la sala una vez que esquivó todas las macetas que el viento había tirado por todo el corredor. Encontró a su madre en la recamara, hincada, rezándole a Dios por su hijo. Beto se arrodilló también y la abrazó pidiéndole que lo perdonará, que era un mal hijo y que no quería contrariarla ni faltarle el respeto nunca más, que la obedecería en todo lo que ella dijera. Que incluso dejaría de irle al América y se cambiaría a las Chivas como ella se lo propuso en la mañana y que había sido la causa del disgusto entre ellos.

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Castigo divino – Víctor Hernández. 

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