Cirqueros.

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CIRQUEROS.


Cirqueros … Ya casi es la hora de ir a misa de Año Nuevo, estamos en el último suspiro del año. Nos hemos puestos nuestras mejores galas para despedir el año y dar la bienvenida al otro. Yo estoy entusiasmada con el abrigo morado que me encontré hace unas semana en una de las pacas que abrieron ese día en el puesto del tianguis. No sé por qué pero me siento toda una princesa con ese abrigo puesto. Lástima que el que me gusta no me echa ni un “ojito”, pero bueno no pierdo la esperanza  y
dejo, como propósito para el año venidero, conquistarlo.

Sólo quedamos mi abuela y yo en casa, los demás ya deben estar en la iglesia. Ya van tres, cuatro veces que mi “tita” viene a tocarme con la cantaleta de que me apure. Que se nos hace tarde, que ya deje de ponerme todos los menjurjes que tengo en mi tocador y de una vez por todas salga para irnos por fin a misa. Que ya no encontraremos lugar y ella con sus dolores que no puede estar de pie mucho tiempo.

Por fin.

Por fin salgo y le pido a mi abuela que me diga honestamente cómo me veo. Yo la verdad espero un piropo,sino tan grande, mínimo uno pequeñito para que confirme mi condición de princesa en la cual me siento en este momento. Recibo sólo comentarios banales que por un momento me bajan la moral. Pero basta con verme una vez más al espejo de la sala para saber que esta noche estoy echando chispas y que estoy seguro que más de uno volteara a verme en la iglesia. Aunque lo que yo en realidad quisiera es que “él” fuera el que dirigiera sus ojos cafés, y su corazón, sobre mí.

Por fin salimos de casa.

Por fin salimos de casa, mi abuela sigue con la cantaleta de los reclamos además de las críticas sobre mi look. Que si me vacié todo el pomo de perfume, que las uñas parecen de bruja, que si ese color de abrigo no va conmigo, que si esto, que si lo otro. Yo hago oídos sordos y voy pensando solamente en la posibilidad de que lo encontremos y me vea.

Llegamos al semáforo de la Avenida principal, me asombra ver a un grupo de chavos que hacen acrobacias y malabares a estas horas de la noche. De pronto me parece ver un auto blanco, su auto. No ha pasado más de un segundo cuando siento que el piso se me mueve y me voy de bruces contra el pavimento, mi abuela apurada trata de ayudarme. Por suerte los actores callejeros van en mi auxilio. Como puedo me levanto y les doy las gracias. Llegamos a la otra orilla y mientras hago un inventario de mi condición actual, veo el auto blanco alejarse, por suerte no era el de él y eso me da más que consuelo.

Ya suenan las campanas.

Ya suenan las campanas anunciando la tercera de misa, mi abuela me ayuda a sacudir mi ropa y me comenta sobre los daños que ha sufrido mi “majestuoso” abrigo morado. Aprovecha para reclamarme sobre el que ya no encontraremos lugar en misa. Yo algo adolorida le pido disculpas mientras por dentro estoy más que consternada por el desastre de mi aspecto.

Por fin llegamos a la iglesia, mi abuela en medio del atrio se persigna de prisa. Aprovecha para seguir recriminándome sobre lo que pasó, yo empiezo a llorar. Mientras nos seguimos acercando hacia la entrada me dice que me calme, y que todo es por mi culpa por ponerme a ver cirqueros en lugar de fijarme por dónde camino. Me dice que si quiero ver el circo que vaya a la Presidencia Municipal, que ahí puedo ver al dueño del circo, a muchos que se creen domadores y sobre todo un montón de payasos. Pero que vaya el lunes por que mañana es día primero de año y no trabajan.

CIRQUEROS. SAN LUNES.- POR VICTOR HERNANDEZ.

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