El Papa tiene la culpa

El Papa tiene la culpa

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El Papa tiene la culpa

El papa tiene la culpa, “Esta noche sí cenará Pancho”, comentaba David a sus compañeros de trabajo. Quienes lo miraban con una especie de asombro pues desde hacía mucho tiempo no se reflejaba en la cara de aquel oficinista esa alegría característica. De quien espera con ansia que llegue una fecha tan esperada. Su matrimonio ya no era el mismo desde algún tiempo atrás, la rutina lo había invadido, la monotonía de la convivencia. La falta de sorpresas y de esa “chispa” que al inicio del mismo había hecho pensar a David que efectivamente el estado civil de casado. Era la gloria prometida; recordaba sus días de noviazgo con Rosa, esa complicidad emocional, esas ganas de verse, de sentirse.

De abrazarse y fundirse en un solo ser. En una sola alma, que no se separarían jamás; esas escapadas al cine, a los bailes, a cenar tacos dorados de carne deshebrada que eran los. Favoritos de los dos, esa espera pasional que tuvo que ser postergada hasta la luna de miel. Porque si algo respetaba de Rosa era sus creencias religiosas, su fe católica, sus idas a misa los domingos y fiestas de guardar. Que como parte de las actividades de la pareja tenía la obligación moral de compartir con ella y hasta encontrarle el “gustito” a eso de. Portarse bien. Un rápido vistazo al anillo en su mano izquierda le permitió remontarse al día de su boda.

La celebración en la iglesia, la fiesta, el baile, la noche de bodas en Acámbaro, pues aunque el plan era llegar hasta Morelia. Las ganas de empezar su vida sexual con Rosa no pudieron ser apaciguadas más. Luego vendría la vida de casados y los hijos. Pero también llegarían los emplazamientos para los encuentros amorosos, siempre estaban primeros los niños, el dolor de cabeza, el cansancio, una serie de pretextos de. Tal manera que la “tarea del amor” pasaría a calendarizarse solamente los sábados por la noche.

Pero este fin de semana sí que sería especial, qué mejor fecha para hacer renacer el amor y la pasión que un 14 de febrero. Como preámbulo. Una excelente ocasión para volver a decirle a su mujer aquellas palabras poéticas que la habían enamorado y que ella creía que nacían del corazón. De su Romeo cuando en realidad sólo eran fragmentos de canciones de Joaquín Sabina. Qué magnífica oportunidad para encender la llama del amor, para volver a invocar la ayuda de Cupido, Eros y hasta San Valentín. Todo estaba planeado, en complicidad con su hermana.

Le había encargado a ésta el cuidado de los niños ese fin de semana, ellos más que contentos de pasar estos días con sus. Primos jugando con el XBOX y comiendo comida chatarra todo el día. Cosa que Rosa agradeció sin sospecharlo, pues tenía una reunión importante en casa de su comadre Ana. Era la visita del Papa Francisco a México y no querían perderse detalle. Pues una de las razones de su “comadrazgo” y amistad era precisamente ese amor y cariño que compartían devotamente por el Santo Padre. Y todas las figuras religiosas que les pusieran enfrente.

Aunque David

Aunque David salía de trabajar a las 3, se pasó el resto de la tarde de compras, flores, chocolates. Velas aromáticas y hasta unas prendas sugerentes le compró a Rosa, con la seguridad de convencerla de usarlas aunque sea esa noche. Aunque fuera un ratito; quería volverla a ver tan sexy como aquellos primeros años de matrimonio. Quería que ella supiera que esos kilitos de más no le importaban. Que las estrías productos de los hijos eran algo que él veía como marcas de una guerra luchada en favor de amor. Quería que ella volviera a sentirse amada y querida, quería que volvieran a ser felices, a quererse como antes.

A amarse toda la noche. No era la ocasión de verse ahorrativo con el dinero así que también compró unos quesos de nombres. Y sabores tan raros pero que se veían perfectos para el encuentro amoroso de esa noche. Adquirió una sidra Pelayo aquella que sólo se bebía, y con moderación, en ocasiones especiales como Navidad y Año Nuevo. Camino a su casa fue repasando el plan: preparar el “nidito de amor” con las luces apagadas y velas. La cama llena de pétalos de rosas, una charolita con los quesos. Las viejas copas usadas en su boda repletas de la deliciosa sidra y el resto de la botella en una cubeta con hielos. Junto a la cama, de fondo la música de José José, que él pensaba había sido cómplice de su enlace matrimonial. Nada podría salir mal, todo estaba debidamente planeado.

Llegó a su vivienda a eso de las 8 de la noche, Rosa seguía en casa de su comadre a unas cuadras de ahí. David se dispuso a llevar acabo todo lo planeado, los quesos, las velas, los pétalos. La música; se vistió con su mejor ropa, la que reservaba para los días especiales y vaya que ese día lo era. Cerca de las 10:15 escuchó a Rosa abrir el zaguán. El ruido de las llaves hizo que su corazón palpitara a mil por hora. Por fin la mujer amada abrió la puerta:

-¿Por qué tienes las luces apagadas y qué es ese ahumadero?. ¿Velas? ¿Pues a quién estamos velando? -protestó Rosa mientras se dirigía a la recamara- ¿Qué haces tú zoquete ahí paradote, y por qué tienes un regadero de flores en la cama?. Claro como tú no limpias ¿Y esos quesos? ¿Y esa sidra?

-¡Son para ti mi amor!, dijo David aún emocionado.

-¡Carajo contigo!, como si no tuviéramos otros gastos más importantes.

-Pero mi vida, mañana es 14 de febrero, y además hoy es sábado, ¿no te acuerdas?, hoy es nuestra noche de amor.

-Qué día del amor ni que las chanclas, deberás tú si eres un cursi.

-Mira Rosita, hasta te compré tus chocolates Larín que tanto te gustan.

-Déjate ya de tonterías y quítame todo tu regadero de la cama que ya me quiero acostar a dormir.

-¡Hoy “nos toca”!

Hoy nos toca

-Que nos toca ni que ocho cuartos, estos días son santos, está el Papa aquí en México y son días de guardar. ¡Carajo David, respeta al Vicario de Cristo, al Santo Padre!. Él sí que es amor, no estas chingaderas tuyas; me recoges tu regadero y te me acuestas a dormir que mañana es domingo y hay que ver la misa que dará su Santidad desde Ecatepec.

No le quedo de otra a David que recoger su “regadero” y meterse. A la cama al lado de su señora que ya roncaba a pierna suelta; triste, y resignado. Mientras conciliaba el sueño se puso a pensar en aquel importante visitante: “pinche Papa a ver cuándo vienes otra vez a México”.

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