Gracias John.

Gracias John.

Gracias John… Hoy despertó con el frío característico de esta temporada, entre tronidos de cohetes recordó que era el día de la Inmaculada Concepción. Era 8 de diciembre una fecha importante en su vida, el aniversario de su Primera Comunión.

Vinieron a su memoria los años anteriores a esta celebración tan importante para los católicos. Ya que significa por fin poder pasar de ser un niño de doctrina, a ser todo un «jovencito» que ya puede comulgar. Dejar de ser uno más del montón que solo se queda a ver la procesión de la comunión en misa, a ser partícipe de tan importante evento.

Recordó los años anteriores, su preparación para esta ceremonia, sus idas al catecismo, a la doctrina, sus veranos en los ejercicios de catequesis en la Parroquia. El ver como cada año sus amigos y vecinos uno a uno dejaban la doctrina dominical y se incorporaban al mundo de los comulgantes. Algún día sería su momento, y ese día llegó por fin un 8 de diciembre de aquel ya lejano 1980.

Un católico más al mundo.

Todo estaba listo desde días anteriores a la ceremonia, el último repaso a las oraciones para la «entrega» del rezo, la ida a comprar el «trajecito» blanco, la vela, el rosario.

La angustia que generaba el «ir a confesarse», contarle al cura los pecados que a tan tierna edad podría haber cometido, los preparativos de la fiesta, todo listo y en su lugar.

Por fin la hora había llegado, su entrada a las 8 de la noche a la iglesia del Seminario Xaveriano, acompañado del brazo de su madrina, los invitados acomodados en las bancas, su padres orgullosos (al menos tenían la cara) por entregar un católico más al mundo de los comulgantes, de los que reciben el cuerpo y la sangre de Cristo en misa.

Su catequista Chuchita no paró en dar elogios y cumplidos del comportamiento del festejado, de lo bien que se sabía “el Padre Nuestro», «el Credo», «el Ave María» y todas las oraciones que le había enseñado y él aprendido de manera excelente.

El Padre Tobías le dedicó tan lindas palabras en el sermón que parecían sacadas de un libro de poesía; el momento de la comunión había llegado y sin más que decir, por fin recibió al Señor Jesucristo por primera vez. Ya en su casa la fiesta estaba en grande, tamales, pastel, gelatina y dulces para los menores; sándwiches y «cubitas» para los grandes, todo estaba que ni mandado a hacer.

Me faltaron poquitos.

Después del banquete, los chiquillos jugaban al fútbol, los grandes bailaban y brindaban (bonito pretexto) por el festejado. De pronto la madrina manda llamar al nuevo comulgante.

– ¿Cómo se siente el festejado?

– Bien madrina, gracias.

– Estamos tan orgullosos de ti, de tener un católico hecho y derecho.

– Gracias, de verdad gracias a todos.

– Ahora a portarte bien como buen católico y no hagas travesuras, recuerda que ayer se te borraron todos tus pecados.

– Bueno, la verdad no todos.

– Oye, ¿Verdad que le dijiste al padre todos tus pecados ayer que te fuiste a confesar?

– Bueno me faltaron poquitos, pero solo “poquitititos».

– Haber, cómo que te faltaron, ¿Por qué no le dijiste todo, que te faltó?- Salió la pregunta de la voz de la Madre que ya estaba más que metida en la conversación. – ¡Beto, ven a ver que tu “hijito” no le dijo todos sus pecados al padre!- llamaba la progenitora al Papá.

-¡Haber muchachito!, vas a explicarnos a todos que fue lo que no le dijiste y por qué- decía más que enojado el señor de la casa.

Gracias Lennon.

En eso y a punto de tener que dar un sinfín de explicaciones, se apareció el Compadre Pérez que llegaba con la noticia de que en Nueva York acababan de matar a John Lennon. Todos corrieron aprender la TV y ver las noticias del asesinato, se olvidaron de la fiesta y por supuesto del festejado que en medio de la sala sólo pensaba «de la que me salvé».

Hoy muchos años después sigue sin poder dar una buena explicación del motivo que lo llevó a no confesar todos sus pecados aquel día de diciembre.

Todavía no puede inventar una historia creíble, todavía no tiene palabras para ese momento. Sólo las de dar las gracias a John Lennon, por haberse «ido» de este mundo en el momento más oportuno.

San Lunes… Por Víctor Hernández.

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