Las apariencias.

Las apariencias.

Las apariencias… Ese mediodía cuando el mensajero llegó a aquella oficina con un ramo de hermosas rosas rojas, Karla y Karina, secretarias de aquel lugar, ya sabían quién era la «afortunada».

– Mira otra vez le mandaron flores a tu «amiguita».

– Ni me digas, que suerte tienen algunas.

– Y hoy son dos docenas, y de las mejores, míralas.

– La verdad para que negarlo, están preciosas.

– Como si las mereciera…

La plática se vio interrumpida cuando escucharon el ruido de unos tacones aproximarse.

– Licencia Brenda, buenas tardes. Le trajo un mensajero estas flores, que con todo su permiso déjeme chuleárselas porque están hermosas.

– Gracias Karinita, ya ni pregunto quién las mando.

– ¡Ay, Licenciada! Ya todas sabemos. Ese marido suyo, el Licenciado Reyes. Que la quiere y la trata como una reina.

– ¿Sí verdad? Mi «gordo», que es un primor.

– En serio Licenciada, se sacó la lotería con ese hombre, mire que desde hace casi un año no pasa semana sin que le envíe flores, y que decir del día de su cumpleaños que hasta le mandó mariachi y el día que le trajeron ese oso de peluche enorme.

– Sí Kari, ese día fue nuestro aniversario y como no pudo invitarme a desayunar por culpa de una de sus juntas, me mando ese «pequeñito» detalle, pero ya en la noche se volvió a disculpar invitándome a cenar y hasta tuvimos un violinista que nos tocó durante toda la cena.

– Ya quisiera que mi novio me invitara aunque sea unos tacos.

– No digas eso, ya ves mi maridito que me ama. A lo mejor tu novio un día cambia y se vuelve más detallista contigo.

– No creo Licenciada, los hombres no cambian y menos ya casados, si no lo hacen de novios menos de esposos.

– ¡Claro que no chicas! Véanse en mí, mi «gordo» no era así de cariñoso.

– ¿No?

– No, para nada.

– ¿Y entonces?

– Pues dejen les cuento que desde que mis hijos se fueron a estudiar a Canadá como que le entró fuerte el amor, se ha vuelto más cariñoso y detallista, eso les consta, yo creo que el que estemos solos en casa lo puso a pensar y sentar por fin cabeza, se dio cuenta que no necesita buscar en otro lado lo que tiene ahí, y de lo «otro» ni les cuento.

– Sí, ¡cuéntenos Licenciada!

– Bueno, no es por presumirles pero anda como «burro en primavera».

– ¡Licenciada!

– Ay chicas, no les cuento más para no antojarlas y vayan a querer robarse a mi «gordo». Por favor que me pongan las rosas en un florero y me las lleven a mi despacho.

– Sí Licenciada, y otra vez felicidades por el marido que le tocó.

Farsa.

Brenda se encaminó hacia el sanitario mientras pensaba en su triste realidad y en el «imbécil» de su marido que desde que los hijos se habían marchado apenas si le dirigía la palabra, que ya no comía ni cenaba en casa, que las únicas muestras de comunicación con él eran cuando le notificaba que ya le había depositado lo de la quincena y ni que decir de las muestras de «amor», si a veces ni siquiera dormía en casa y cuando lo hacía pernoctaba en la recámara de los hijos, hacer el amor estaba ya en la lista de cosas olvidadas.

Que ganas tenía de salir y de contarles la verdad a Karla y Karina, confesarles todo, que lo de las flores semanales era una farsa, que ellas misma se las enviaba; que lo del mariachi y el envío de los regalos fueron montados por ella misma para maquillar su triste realidad, para aparentar una vida que no tenía, que su marido era un imbécil, que ya no la quería, que ya ni siquiera la tocaba; que no soportaba más vivir esta mentira, que la perdonaran.

Salió del baño con los ojos llorosos y argumentando la noticia de la muerte de un conocido, ordenó la cancelación de todos sus pendientes y se dirigió hacia su casa. Cuando llegó se encerró en su recámara a llorar su triste realidad abrazada de aquel enorme oso de peluche que se había autoregalado.

Las apariencias… Por Víctor Hernández.

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