Propósito.

El Papa tiene la culpa

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Propósito.

Propósito … Tú siempre has estado gordo, o como se dice más políticamente correcto, obeso. Toda tu familia jura que cuando naciste era muy escuálido, pequeño como una cría de rata al grado que temían por tu supervivencia. No hay reunión familiar donde no salga a relucir el tema de la “cosita” que eras cuando naciste. Pero de eso a lo que te has convertido con el paso de los años hay un abismo de muchos kilos.

Desde niño ya sobresalías del resto de tus amigos de la calle. Y no precisamente por tus habilidades en los juegos sino por tu enorme figura aunada a ese peso de más que se acumulaba en tu anatomía aún infantil. Cuando se jugaban esos partidos callejeros de fútbol. A demás de ser el último en ser elegido sabías de antemano la posición que te tocaría desempeñar, la de portero. Quién mejor que alguien de tu “rodada” para tapar ese espacio entre dos piedras que hacía las veces de portería. Por ahí no pasaba ni el aire. Con el triunfo casi garantizado, al menos la posibilidad de que te metieran gol era casi imposible, te dedicabas a comer dulces y tomar refresco mientras veías como los demás se cansaban de correr tras la pelota.

Primaria.

En la primaria las cosas no eran tan distintas. Siempre fuiste el niño de la última banca, y no por ser el de menor aprovechamiento escolar. Al contrario; acomodarte detrás de todos en clase obedecía a la solución al problema que planteaba el sentarte delante de alguien más, pues tu voluminosa figura tapaba la visión del pizarrón del o los que corrían con la “suerte” de acomodarse detrás de ti. Los maestros se casaron una y mil veces de pedirte que no comieras en clase, tu argumento siempre fue el mismo, debería de acabarte las 5 tortas que te ponía tu mamá para el almuerzo y el tiempo de recreo no alcanzaba, pues ahí se adicionaban a tu dieta los chicharrones, refrescos, pulpas, chocolates, bombones y un sinfín de golosinas en las que invertías el capital que aportaban tu padre, tu padrino y tu abuelo como “domingo”.

Secundaria.

La secundaria fue un martirio, pero para el profesor de Educación Física, pues jamás logró que tu consiguieras dar una vuelta alrededor de la cancha de básquetbol sin detenerte a probar un bocadillo de los que guardabas dentro de tus pants deportivos por si el ejercicio te abría el apetito. En la preparatoria te olvidaste de la educación física, pero aparecieron las chicas. Aún vives de la añoranza de lo que pudo haber sido sí tan sólo hubieras vencido tus temores y declarártele a Jenny. Pero la autoestima no estaba en sus mejores niveles y entonces decidiste dedicarte más al estudio y a la comida que al amor. Ya en la carrera tuviste tus quereres con algunas compañeras, que al final optaron por otros caminos, tú siempre asumiste que sus decisiones tenían que ver con quitarse algunos “kilos”, o muchos, de su destino.

Este es tu año, dijiste durante la cena de año nuevo en casa de tus padres. Cuando casi te ahogas por atragantarte todo el racimo de uvas mientras pensabas en tus propósitos. Los demás te presionaban para que les contaras cuáles serían tus metas para este año, les dijiste que no se las podías decir, que si las platicabas se salaban, que no se cumplían. De tus labios únicamente salió un número, el uno. Dijiste que para este año sólo tenías un propósito.

Primer lunes del año, de regreso al trabajo de oficina, a la rutina, a pelearte con los números y las cuentas. Sabes que hoy es noche de fútbol americano, de ir al bar con los amigos, al bufete de alitas picosas, de cervezas. La última vez que estuve ahí, te comiste solamente 25 alitas, argumentaste no tenías mucha hambre pues ya habías degustado algo en la oficina, te convertiste en la comidilla de tus amigos que hacían alusión y burla de tu “falta de apetito”, que esa cantidad de alitas que devoraste eran números de principiantes y no para un profesional de la degustación culinaria como tú. Prometiste regresar y romper tu record personal, cosa que la mesera no vio con buenos ojos, pues de tantas vueltas que dio a tu mesa para llevarte más y más alitas terminó totalmente exhausta esa noche.

Almuerzo.

A la hora del almuerzo no aceptas la rebanada de pan que te ofrecen de cortesía por el año nuevo en el supermercado donde compras tu café del día. Es pastel de chocolate, tu favorito. La empleada no da crédito al “No, gracias” que escucha salir de tus labios. Su asombró aumenta cuando pides utilice leche light para tu capuchino. En la oficina rechazas la trufa de chocolate obscuro que te convida la secretaria. ¿Está todo bien?, pregunta perpleja. Trató de cumplir mi propósito de año nuevo es tu argumento de defensa. La hora de la comida se convierte en algo insólito, pues rechazas las milanesas que te ofrece tu madre. Sólo le aceptas un poco de ensalada. Tu padre más asombrado te interroga por tus decisiones. Es para poder cumplir mi propósito de año nuevo, o hago esto o no lo lograré; explicas.

Al anochecer llegas al bar, ya están tus amigos reunidos. Te saludan, no sin lanzarte unas miradas de asombro. Alguien ya les ha venido con la noticia de que andas haciendo dieta, de que tu propósito de año nuevo es bajar esos, muchos, kilos de más. Que quieres ponerte “flaco”. Que a lo mejor es porque andas en el enamoramiento, los aplausos no se hacen esperar. Comienzas a reírte, tu risa se vuelve carcajadas.

Disculpándote te diriges al baño, en el camino la mesera te pregunta si esta todo bien. Perfectamente, respondes, sólo me dio risa pensar que mi familia y amigos piensan que quiero bajar de peso, que ese es mi propósito de año nuevo, que quiero ser “otro” físicamente para que me quieran, para nada; sí alguien me va a amar me debe aceptar, así como soy. Te confesare algo, dices mientras te acercas con más confianza a la mesera, mi propósito de este año y por lo cual hoy comí un poco menos de lo acostumbrado es porque vengo a romper mi récord personal en devorar alitas. Así que veme sirviendo las primeras, pero con la salsa más picosa que tengas.

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Victor Hernández.

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