¡Sí sabemos tirar penales!

¡Sí sabemos tirar penales!

¡Sí sabemos tirar penales!… Sentado en una fría banca dentro de los separos municipales esperaba que se determinara su situación penal. Aunque sabía que tenía todas las de perder, pues había un video tomado por quién sabe quién como prueba irrefutable de su acto.

Que para miles de gentes, gracias a las redes sociales, ahora era una persona nefasta sobre la cual debería caer todo el peso de la ley, que se merecía el peor de los castigos, que no tenía perdón ni siquiera de Dios.

No había modo de salir bien librado de esta situación, tal vez por eso, resignado esperaba su sentencia para poder cumplirla y esperar que al menos su imagen se limpiara un poco.

Que si le contaba al juez en turno el porqué de su actuar, tal vez, y sólo tal vez, podría ser solamente esto como un mal sueño, como una pesadilla, como un momento en su vida que desearía poder cambiar, era complicado, sólo esperaba un milagro.

Desprestigio mundial.

Aunque él consideraba que ya con el desprestigio a nivel “mundial” del que ahora era y sería gracias a la Internet, con eso bastaba para ser expiado de sus culpas, ser perdonado o al menos ser considerado como un ser humano con errores como el de aquella mañana, pero también con muchas virtudes, por ejemplo, era un buen hijo que aún vivía en el hogar familiar con sus padres, que no era por ser un mantenido, no.

Que si su situación laboral actual lo tenía arrumbado en el desempleo, no era por falta de capacidades o por flojera, más bien se debía a que él no consideraba como justo la miseria de paga que le ofrecían, que su título como Contador debería de servirle para otra cosa que estar adornando la pared de la sala junto a las viejas fotos familiares.

El Cruz azul de sus amores.

Que tantos cursos de actualización sobre misceláneas fiscales e impuestos le respaldaban para exigir, sino mucho, al menos un salario que le respaldara para ahora si por fin independizarse de sus padres.

Dejar de ser el “hijito” de mami, convertirse en un hombre hecho y derecho, tener un hogar propio que ofrecer a alguna “garambuchita” que quisiera compartir la vida con él, alguien con quien disfrutar de los momentos familiares, de las fiestas con los amigos, de los días de fútbol, alguien que sintiera con el corazón ese amor por la Selección Mexicana y por el Cruz Azul de sus amores.

Incluso pensar en tener un hijo, que obvio sería futbolero, que le enseñaría el arte de dominar el balón, de sentir el amor por el deporte de las patadas, alguien a quien transmitirle esa pasión futbolera, un hijo al que le enseñaría el arte de tirar penaltis. Un heredero suyo que por su puesto sería llamado Hugo en honor al “pentapichichi” Hugol Sánchez, o tal vez Leonel, como Messi.

Su penar.

No podía evitar estar preocupado por su madre, le llegaba a la mente el que ahora y gracias a aquel video y su publicación en el “feisbuc”, sería la “comidilla” de toda la colonia, que cuando saliera a la tienda, a barrer la calle o incluso a misa los domingos, no le quedaría de otra que sufrir las habladurías de la gente que entre dientes comentarían:

“Ahí va la madre de aquel mal hombre, de aquel hijo ingrato que solamente le trajo penas y desgracias a su vida”; eso le partía el corazón y le hacía sentir mal, que como fuera, él ya estaba marcado de por vida, que sobre él pesaba la condena de cargar todo el resto de su vida con el karma de sus actos.

Pero su madre, la autora de sus días, ella era inocente; su padre no le preocupaba tanto pues siempre hacia oídos sordos a chismes y habladurías, por sus hermanos tampoco, pues nunca los visitaba y de ante mano sabía que negarían cualquier parentesco con él; pero su señora madre era su penar.

Máquina Celeste.

Recordaría que aquella trágica mañana se levantó muy temprano para ver videos de fútbol en Internet, le gustaba ver partidos viejos. Pues con la sabiduría que le otorgaba tener más de 30 años de sentarse cada fin de semana a “chutarse” todos los partidos, lo convertía en un experto y crítico de cada jugada que ocurriese, que siempre encontraba los errores tanto de jugadores como de árbitros, y que si por él fuera, se hubiera convertido en Director técnico y haber llegado a dirigir al Cruz Azul y porque no, hasta a la Selección Mexicana.

Pero que por no romper las ilusiones de su madre se había tenido que convertir en un “hombre de bien”, como era el sueño de su progenitora. Ser el único de los hijos que tuviera una carrera universitaria, que aunque el título ahora solo servía para formar parte de la decoración de la sala, al menos era el orgullo de su madrecita.

Desde las 7 de la mañana prendió su computadora y después de ver otra vez la repetición del último partido de su “máquina celeste” buscó un video sobre la actuación de México en los mundiales, se encontraría aquel partido México vs. Alemania en el Mundial del 86.

No sabemos tirar penales.

Veía como perdíamos en tandas de penaltis, después lo mismo ocurría contra Bulgaria en el Mundial de Estados Unidos, siguió buscando partidos claves de la Selección y la mayoría tenían algo en común, perdíamos en las tandas de penas máximas, una y otra vez como si fuera una maldición la suerte nos daba la espalda cuando en definir los partidos desde los 11 pasos se trataba, encontró partidos que terminaban en triunfo pero desafortunadamente eran raras las veces que así ocurría; definitivamente los mexicanos no sabemos tirar penaltis.

Comentaba molesto contra los Dioses del estadio pero más contra aquellos jugadores que no había acertado, sí fuésemos mejor con los penales, otra sería la triste historia de nuestro fútbol.

En eso estaba cuando la voz de su madre lo trajo de vuelta a la realidad, el motivo de la interrupción era para indicarle que el desayuno estaba listo. Se dirigió al comedor donde que ya lo esperaba su pan de dulce, leche y huevo revuelto para completar el manjar.

Sólo faltaba un bolillo para que se convirtiera en un verdadero desayuno de Rey; al preguntar por la pieza de pan blanco, su “jefecita” le indico que no había, que tenía que ir a la tienda a comprarlo. Entre refunfuños se levantó de su silla y en chanclas y short se dispuso a ir a comprar los bolillos, tomó su vieja sudadera y salió hacia la calle con rumbo de la tienda.

El perro Bermúdez.

Por el camino iba pensando en aquel penal que fallaría Marcelino Bernal en el Mundial del 94, le faltaron “huevos” al Marcelino, sí yo lo hubiera tirado le habría puesto alma, vida y corazón, lo hubiera chutado con todo y no su tirito chafa, pinche Marcelino.

Cerca de la esquina de reojo se percató que un objeto del tamaño de un balón lo aguardaba, no le tomó importancia sobre lo que era y a su mente sólo vino el recuerdo de aquella tarde de Julio de 1994, claramente le pareció escuchar la voz del “Perro” Bermúdez que narraba:

“Ahora toca el turno a Marcelino Bernal, coloca el esférico sobre el manchón penal, mira fijamente al arquero búlgaro Mijailov cómo inundándole miedo, espera el silbatazo del árbitro, se perfila, el de negro hace sonar su ocarina, Marcelino se encarrera, tira, dispara y gooooooooool!!!!, gol de Bernal, gooooool…”, claramente pudo sentir como golpeo aquel objeto que momentos antes estaba postrado a sus pies. Observó cómo éste volaba por los aires por el efecto del “chanflazo” conectado.

El gato.

Hasta el momento de escuchar un maullido reaccionó y pudo darse cuenta que lo que había pateado, simulando aquel penal cobrado, era un gato, el gatito de Doña Viri.

Se alejó a toda prisa sin siquiera voltear a ver cómo aquel felino yacía tendido a media calle al parecer sin poder reaccionar; al llegar a la tienda se percató que ya la dueña del bicho estaba como loca preguntándose qué le podría haber ocurrido a su animalito que ya para ese entonces sangraba por la boca.

Decidió dirigirse hacia su casa haciéndose el desentendido sin saber que alguien había grabado todos los hechos y que en menos de que cantará un gallo se volvería famoso en las redes sociales con “el video de un hombre que patea un gato”.

¡Sí sabemos tirar penales!

Vecinos, conocidos y amigos no tardaron en identificarlo, e incluso el Gobierno Municipal lanzó un comunicado solicitando al pueblo la denuncia de aquel sujeto que maltrató al indefenso “gatito”. Los usuarios de las redes sociales se volvieron una turba de gente que exigía un castigo para el desalmado.

Aunque permaneció escondido algunos días, las culpas y remordimiento no le otorgaron descanso por lo que decidió entregarse a la policía y afrentar su destino.

Estas horas de reflexión en los separos esperando al juez le ayudarían a encontrar una excusa creíble para su proceder, ya que parecía que sin razón o motivo alguno le había propinado semejante patada al desdichado gato haciendo volar a éste por los aires.

Las horas de encierro le darían la excusa perfecta que proporcionaría al juez: “Su señoría todo esto fue para demostrar que los Mexicanos ¡Sí sabemos tirar penales!

¡Si sabemos tirar penales!… Por Víctor Hernández.

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