B de Cuévano.
Me llamo Bernardina, tengo 23 años y nací aquí en Cuévano, capital de estado de Plan de Abajo. De primera sé que mi nombre les parecerá raro, pero que quieren hacer si la costumbre de la sociedad cuevanense es que llevarás el nombre del Santo del día que naciste y yo soy del 20 de agosto, Día de San Bernardo; pero ustedes pueden decirme B.
Me casé a los 17 años, presionada por la familia que ya argumentaba que me estaba quedando para “vestir santos”. Ya ni pude estudiar, mi padre decía que ir a la Universidad no era para las señoritas decentes, que eso de ser “Licenciada” era para la gente de la Capital, que aquí en Cuévano eso se deja para los hombres.
Hasta hace medio año mi vida era una rutina tediosa. Levantarme desde las 5 para ir por la leche y el pan para el desayuno. Mandar a los niños a la escuela. Mantener limpia la casa y hacer la comida. Por las tardes, después de hacer la tarea con los niños y dejarlos viendo la televisión, trataba de distraerme caminando por la presa de las Siete Palabras. Al regresar, esperar a que el marido llegue quitarle sus botas y prepararle el baño.
Después de cenar. Acostar a los niños y “cumplir” con mis obligaciones de mujer. Si acaso los domingos variaban un poco al ir a misa de 12 y después dar vueltas a la plaza saludando a todo Cuévano entero.
Ahí en misa fue donde lo conocí. Según se corrió el rumor era el maestro nuevo. Alto, guapo, culto, siempre con un libro en la mano. Vive aquí a la vuelta en casa de Remedios, la que renta cuartos. Todas las mañanas mientras barro y riego la calle pasa con rumbo a la Universidad y me saluda, en el camino va dejando ese aroma a loción cara.
No hay día que no lo traiga en la mente, rato que no lo piense. Mi marido me dice que me veo rara, que mis ojos brillan, que ando enamorada.
No se lo he contado ni siquiera al Padre Carcano en la confesión. Ni modo de decirle que tengo mis “quereres” con el nuevo allá por la orilla de la presa, cuando por “casualidad” nos encontramos por las tardes. Capáz que se enteran todos en este pueblo y nos queman vivos en plena plaza, aquí en el mero centro de Cuévano.
San Lunes por Víctor Hernández.
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