En el cuarto de aquel hospital reinaba un aspecto de serena paz solamente interrumpido por el ruido producido por los 12 respiradores artificiales conectados a los pacientes. Cada uno luchaba por aferrarse a esta vida, los más afortunados saldrían y hablarían de este acontecimiento como una experiencia de vida, volverían a ver a sus familiares y amigos, a abrazarse, a reír, a llorar; para los otros no habría nada más.
En la habitación continua se encontraban internados los pacientes que hacían antesala para su intubación, aquellos que aún tenían un ápice de esperanza de sanar, de reponerse, tal vez en espera de una mejoría, de un milagro, cualquier cosa para evitar la conexión a lo que ellos mismos llamaban “la máquina de la agonía”.
En la cama 12 el paciente hace sonar el timbre solicitando la presencia de la enfermera.
– Hola, buenos días señor. ¿Cómo amaneció? Y no me salga con su chiste de siempre de que “acostado y en ayunas”.
– Hola Señorita, pues bien entre lo que cabe, ya ve aquí poniéndole ganas y empeño.
– Me parece más que excelente, y dígame ¿qué se le ofrece?
– Pues sabe, quería ver si podría facilitarme la tableta esa que autorizó el doctor para comunicarse uno con sus familias.
– Pero usted ya la uso ayer casi todo el día.
– Ándele no sea malita, vea todos los demás pacientes están dormiditos, nadie la va a ocupar.
– Está bien, pero sólo un ratito.
Una vez con el dispositivo en la manos la conexión al mensajero personal es evidente, de entre sus ropas sacas un pequeño trozo de papel donde tiene garabateado algunos datos de entre los cuales logra identificar un número telefónico que transcribe a toda prisa en la pantalla, exaltado ve que ha tenido respuesta.
– Hola, ¿quién eres? No tengo registrado tu número.
– Hola, soy “El Amor de tu vida”, o al menos eso me decías siempre.
– ¿¡Quién!?
– Soy Miguel.
– ¿Qué Miguel?
– Vamos, dirás que ya me olvidaste tan pronto, tal vez el recordar tus días en la Universidad te refresquen un poco la memoria.
– Mmmm, ya recuerdo. ¿A qué debo el honor de tu evocación?
– Sabes he estado pensando mucho en ti en los últimos días.
– ¿Y eso? Con razón me zumbaban tanto los oídos. Jajaja era broma. No ya en serio cómo va todo, ¿qué me cuentas? ¿qué tal tu cuarentena?
– Ni digas, que por eso me he atrevido a contactarte después de tantos años.
– Si mira que han pasado ya muchos pero muchos años. Y dime ¿cómo conseguiste mi número?
– Eso es lo de menos, diremos que tuve que rogar un poquito a alguna de tus amigas que por puritita casualidad tenía en mis contactos.
– De seguro fue Ofelia, recuerdo que un día “casualmente” me preguntó si sabía algo de ti como queriendo atar cabos. Pero dime cómo has estado, qué tal la esposa, los hijos.
– Por lo que me preguntas sé que no estas enterada. Hace años que quedé viudo, y pues los hijos hicieron su vida y se fueron. Prácticamente he vivido sólo en compañía de mis perros y muy de vez en cuando me visitan mis hijos y traen a los nietos. Sobra decirte que casualmente vienen solamente cuando necesitan algún apoyo $$$$ ;(
– Vamos, no estés triste. Así es la vida, los hijos.
– Sabes que pudieron ser nuestros hijos, nuestra familia.
– Sí lo sé. Pero no vale la pena hablar ahora de eso. Ya está en el pasado, no movamos lo enterrado.
– Enterrado voy a estar pronto.
– No digas tonterías.
– ¿Sabes desde donde te estoy escribiendo?
– Desde tu casa, supongo. No creo que andes en la calle con esto del confinamiento.
– No para nada, no ando en la calle no te preocupes. De hecho estoy en el hospital internado.
– Miguel, dejémonos de bromas. En serio ¿dónde estás?
– No te miento, Hospital General, área de los enfermos por Covid-19, Cama 12. Y desafortunadamente a punto de pasar a entubación y como sabes por mi edad y por mi condición actual de salud lo más seguro es que esta sea la última vez que estemos en contacto. No quería dejar pasar la oportunidad de despedirme de ti, de saber cómo estabas, de pedirte perdón, si perdón por todo lo mal que me porté contigo, por no haber correspondido a tu cariño y amor como tú te lo merecías.
– Vamos Miguel, olvídalo, ya no tiene caso. Lo importante ahora es que tú estés bien, que te mejores, ya habrá ocasión para las lamentaciones.
– No, en serio mi situación cada día se torna más delicada, estoy como decimos por aquí en espera de ser conectado a la “máquina de la agonía” de la que muchos no han salido con vida. Los doctores y las enfermeras se han portado de maravilla y nos han dejado de alguna manera contactar con nuestros seres queridos a través de estos aparatos y que aunque nos duela sabemos que los que hacen es dejar despedirnos antes de partir a la “otra vida”.
– Y ¿qué dicen tus hijos, tus nietos? ¿Quién está contigo?
– Ya me despedí de ellos, y pues estoy solo, ya vez que no hay acceso para nadie por eso de los contagios. Solo faltaba despedirme de ti. Quiero de sepas que fuiste la única mujer que ame, tal vez dirás que terminé casándome con otra, te juro que viví y estoy arrepentido de eso.
– Pero Miguel, después y antes de mi hubo muchas mujeres en tu vida.
– Sí, pero te juro que nunca una como tú. Y hoy casi a pie de la tumba no dejo de arrepentirme por haber dejado.
– Miguel, yo te quise mucho, te amé y me dolió nuestra ruptura pero el tiempo hizo sanar mis heridas y no me quedó de otra que salir adelante, siempre te llevé como algo lindo que había pasado en mi vida. Y ahora no sé qué decir.
– Sólo quiero que me perdones y que me sigas llevando ahí cerquita de tu corazón. Júrame que no me guardaras rencor y que como siempre me lo decías soy, fui y seré “el Amor de tu vida”.
– Si Miguel, te lo juro.
– No me queda más que decir Adiós, espero volver a encontrarnos en una vida mejor a esta.
– Adiós Miguel, “El Amor de mi vida”.
Mientras cierra su cuenta en el mensajero deja escapar una lágrima por sus mejillas. La enfermera al verlo presurosa va y le acerca un pañuelo desechable.
– ¿Todo bien? ¿Otra vez llorando? Vamos quité esa cara de tristeza verá como pronto se nos mejora y lo damos de alta.
– No estoy llorando de tristeza, solamente que ya me ardieron los ojos de tanto ver esta pantalla.
– Ya ve por eso no quería prestársela. Haber tráigala para acá.
– No, no, déjemela otro ratito. Es que quiero despedirme de una muchacha que cuando joven decía que yo era “El Amor de su vida”.
– ¿Otra? Pues que no ayer se despidió cómo de 3 que le decían lo mismo.
– Pues que quiere que uno haga si fui “El Amor de su vida” de todas.