Descripción
Esta escultura de un perro recostado, finamente modelada en barro, es ejemplo de un tipo de cerámica muy particular llamado Anaranjado delgado (thin orange) de gran difusión en Mesoamérica durante el período Clásico y que es muy frecuente en Teotihuacán. Los datos referentes al contexto de su manufactura y las técnicas de su producción han sido estudiados por la arqueóloga Evelyn Rattray de la UNAM, quien demuestra que su producción se llevaba a cabo en la región de Puebla, mientras que su distribución estaba a cargo de los teotihuacanos, para quienes la cerámica anaranjado delgado era una importante fuente de intercambio, utilizada como artículo destinado al uso de las élites a manera de objeto suntuario.
Es una “cerámica diagnóstica” que permite a los arqueólogos determinar la presencia de Teotihuacán, la urbe más importante del Altiplano central de México durante la época del Clásico, en distintas zonas, algunas tan lejanas como Tikal y Kaminaljuyú en Guatemala. Su difusión se toma como indicador de la hegemonía de los teotihuacanos, y se encuentra vinculada al establecimiento de importantes redes comerciales para el intercambio entre regiones controladas por Teotihuacán. La cerámica anaranjado fino destaca por su superficie de color anaranjado, mate o brillante, y por lo delgado de sus paredes, pero sobre todo se ha de mencionar su excepcional ligereza. Las formas que toma son variadas; por una parte están los artículos utilitarios, como vajillas y vasos, así como vasijas trípodes.
De igual modo, se encuentran otras vasijas exquisitamente modeladas en diversas formas que representan a seres humanos y animales, como armadillos o perros. Algunos ejemplos muy semejantes al que aquí vemos los alberga el Museo de Historia Natural de Nueva York, mientras que otros los podemos ver en las vitrinas del Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México; y destaca que en la mayoría de los casos el pequeño perro se representa en postura sedente y enroscado.
Entre la alfarería mesoamericana, la representación de estos perros es frecuente. Como explica el experto en zoología, Raúl Valadez, son imágenes del xoloizcuintli, el cánido mexicano que no tiene pelo, y cuyo simbolismo está ligado a prácticas funerarias. Los ejemplos cerámicos tempranos los encontramos mayormente entre la producción alfarera proveniente de la tradición de tumbas de tiro de Colima y mas adelante en Teotihuacán, donde está asociado a los depósitos mortuorios provenientes de los conjuntos habitacionales de Tetitla y La Ventilla, sitios en los que sus habitantes enterraban a sus muertos bajo los suelos, y donde los arqueólogos localizaron vasijas modeladas de barro anaranjado delgado en forma de xoloizcuintli como los huesos de otros cánidos que no son de esta raza, lo cual es muestra que los hombres prehispánicos conocían diferentes tipos de perros.
Pese a la distancia temporal entre Teotihuacán y los nahuas del siglo XVI de Tenochtitlan, se han establecido analogías y se ha propuesto que los perros xoloitzcuintli acompañaban a las almas de los difuntos cuando viajaban al Mictlán, el inframundo, por lo que eran sacrificados y enterrados junto con los muertos a los que debían guiar. Resulta importante tomar en cuenta que los cánidos tenían muchas otras funciones; sabemos, por ejemplo, que entre los mayas estos cánidos se usaban como animales sacrificiales, pero que también servían como perros guardianes, a la vez que como alimento, y cabe pensar que entre los teotihuacanos y los nahuas cumplían la misma función. Recordemos que Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo en sus crónicas y cartas mencionan que los “pequeños perrillos se criaban para alimento».
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